Un supersentido de los delfines que destaca es el de conocer la dirección en la que nadan, ya que los cetáceos tienen que trasladarse por el mar abierto, donde existen muy pocos puntos de referencia. Nosotros poseemos la brújula y los modernos posicionadores por satélite, pero los delfines llevan la brújula incorporada, puesto que se han encontrado cristales de magnetita en el cerebro, los cuales se orientan por sí mismos, alineándose con el campo magnético terrestre. De algún modo desconocido, el delfín percibe los cambios en la magnetita y averigua en la dirección que navega. Muchos de los varamientos de ballenas y delfines en las playas y rocas parecen ser debidos a que esas zonas presentan anomalías geomagnéticas, es decir, lugares donde se distorsiona el campo magnético terrestre. Las investigaciones que aún se realizan están determinando que los seres vivos, incluido el hombre, poseen esos cristales de magnetita, pero que sólo algunas especies conocen la forma de utilizarlos. Se han estudiado bacterias, abejas, mariposas, peces, aves, murciélagos y reptiles y en todos se han presentado imanes de escala microscópica.
La precisión de los pájaros para encontrar con exactitud su lugar de nidificación tras miles de kilómetros admira a los científicos. El frailecillo dorado canadiense y el chorlito de Alaska vuelan miles de kilómetros sobre mares sin rutas para llegar a Hawai. El doctor Lester Trakington, del Instituto IBM de investigación de sistemas, sugirió en 1964 que las pectinas en los ojos de las aves son las que permiten detectar diferencias en el gradiente del campo magnético terrestre. Según Tarkington, la estructura y orientación de la membrana de pectina la convierten en un instrumento en miniatura ideal para percibir un microvoltaje inducido. Sin embargo, esta teoría no explica cómo las mariposas monarca localizan objetivos a más de 2.000 kms de distancia, o las tortugas verdes realizan la migración desde los lugares de puesta hasta el mar abierto.
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